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sábado, 11 de agosto de 2012

Ricardo Palma y el naufragio del vapor Rímac frente a San Juan de Marcona



A la temprana edad de 22 años, nuestro tradicionista don Ricardo Palma, ya reconocido poeta y periodista, pasó a formar parte de una de las instituciones más prestigiosas de la República, la Marina de Guerra del Perú. El 6 de enero de 1855, como oficial 3º del cuerpo Político de la Armada era nombrado contador del “Rímac”, primer vapor de guerra de la Armada. El 11 de enero emprendía su primera travesía, rumbo al norte, hacia Panamá, pero un amago de incendio a bordo el día 18, obligó al comandante a dirigirse a Guayaquil para repararlo. El 4 de febrero estaba de regreso en el Callao.

El “Rímac” no atravesaba su mejor momento: hacía agua y su casco necesitaba reparación; los botes tenían apenas media vida, por lo que la navegación conllevaba riesgos. En el Callao, el día 20 sufrió un nuevo incendio, que pudo ser extinguido con su propia bomba.

El 27 de febrero el “Rímac” y el “Ucayali” partían rumbo a Islay. El “Rímac” llevaba al batallón “Libres de Arequipa”, con soldados, rabonas y algunos paisanos, alrededor de cuatrocientas personas; la tripulación se acercaba al centenar. El 1 de marzo, en la peñasquería de la punta de San Juan, el buque dio dos estrepitosos golpes en las rocas y encalló; la confusión y el caos fueron inmediatos, la gente se atropellaba por ganar los botes y muchos se lanzaron al mar para alcanzar a nado la cercana costa. Las embarcaciones no resistían el peso de la avalancha de gente y finalmente solo quedó a flote la más fuerte.

A bordo el balance era espantoso; se apagaron los calderos, se picaron los palos y se hicieron tres tiros de cañón con la esperanza de alertar al "Ucayali". La marejada era terrible y el horrísono choque hacía pensar que el final estaba próximo; el clamor de las mujeres partía el alma. Palma no sabía nadar y con el impacto quedó atrapado en su camarote y se acogió a la experiencia de los marinos que permanecían en la nave. Ellos se mantenían con serenidad y cordura ante los cientos de personas que imploraban auxilio y requerían de una mano fuerte y responsable para escapar de una muerte segura. La situación, aunque desesperada, era controlable; lograron recoger uno de los botes, en el cual, una vez compuesto pudieron llegar a tierra.

Sin embargo, sin víveres ni agua, no estaban aún a salvo. En grupos de 30 a 40, tomaron diferentes rumbos. Palma no se separó de los marinos -entre ellos Lizardo Montero- que con gran parte de la tropa emprendieron la marcha por la desértica playa, camino a punta Lomas, distante 24 millas. Tomando agua salada, comiendo mariscos y descansando por momentos, alcanzaron Lomas, donde solo encontraron un rancho abandonado y una botijuela de agua nauseabunda. Siguieron hacia el sur; después de 28 horas los encontró un jinete de la hacienda Chaviña. El dueño, Miguel Denegri, los vio llegar casi desnudos y medio muertos. Después del primer auxilio, los acogió la villa de Acarí, allí convalecieron, descansaron e hicieron tertulia pues, como cuenta Palma pasaban el tiempo a orillas del río leyendo, paseándo por la población y visitando la cercana hacienda Chocavento, propiedad de Denegri, hasta el 16 de marzo que los recogió el “Ucayali”.Así narra Holguín el episodio en "Tiempos de infancia y bohemia".
El naufragio se atribuyó a un error humano. Rosendo Melo, en su “Derrotero de la costa del Perú”, dice que se confunden la punta de San Juan con punta Parada, y que el encallamiento se produjo frente a esta última, al chocar el vapor contra un peñasco negro, siempre visible, con arrecife al norte. Las cartas indicaban que aunque hay paso entre el arrecife y la punta Parada, por prudencia no se practique. Recomendaban más bien dar a la punta el mayor resguardo y si se trataba de atracar en San Juan en viaje del sur, no hacerlo antes de rebasar el paralelo de la punta de este mismo nombre. 

El peñasco, con una superficie plana como una mesa y 16 metros de largo, en bajamar sobresalía 1,5 metros sobre el agua; con la marea subía y bajaba un metro. El arrecife quedaba al ras del agua o cubierto, sobresaliendo solo algún cabezo. El “Rímac” al embestir el arrecife, afortunadamente quedó preso encima el tiempo suficiente para salvar dos tercios de los náufragos en el único bote que resultó utilizable, y una almadía que se construyó a la ligera. Al subir la marea y por acción del viento, el buque se desprendió y se fue a pique.

Según el oficial de derrota, Pedro Fuxá, la marcación y las alteraciones del rumbo fueron hechas la víspera al terminar el día, y que el buque tenía espacio para navegar con seis millas de resguardo todo el día primero de marzo, día del naufragio. Sobre un segundo desastre en ese mismo punto en 1885, del vapor trasatlántico “Italia”, su capitán, Morteo, señalaba que su nave había sido desviada de su derrota por la corriente. Melo concluye que este habría sido sin duda también el caso del “Rímac”.

Cuando a mediados del siglo XX se descubrieron las minas de hierro de Marcona en las cercanías de San Juan, se especuló que el hierro habría sido la posible causa de una alteración del magnetismo de los instrumentos de navegación. 


Fuente: http://es.shvoong.com/books/biography/1967360-ricardo-palma-el-naufragio-del/#ixzz23HWPl4rf

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